Ojo por ojo… y el mundo acabará ciego

 

Publicado con motivo del 1 de mayo de 2020 en el facebook personal de Ramón Sanchis Ferrándiz.

Ojo por ojo… y el mundo acabará ciego.
Fomentar el odio de clases mantiene siempre abiertas las heridas. No te extrañes pues si no cicatrizan.
Las sociedades siempre se encuentran, como un funambulista, cruzando el abismo sobre un delgado cable, en la eterna duda de elegir entre el pasado y el futuro.
Un instante de duda puede ser peligroso.
Siempre es más fácil mirar hacia el pasado y regodearse en sus defectos que construir un futuro, porque el pasado es una foto fija que siempre podremos analizar, en cambio, el futuro es un pez inquieto que se escurre de las manos.
Lo difícil es sembrar nuevas iniciativas y conductas que estén libres del odio. Porque solo quienes saben desembarazarse del odio pueden construir un nuevo horizonte. Nos conviene recordar los hechos, extraer la experiencia de lo ocurrido para no repetir errores; recordarla si, pero no rumiarla, ni lamernos nuestras heridas, porque debemos levantar el ancla y seguir navegando.
Fomentemos el desarrollo personal y la formación humana, para impulsar una sana convivencia, basada en el respeto y la comprensión, que pueda estar más allá de la condición social, de las diferencias de sexo, raza o color.
Fomentemos la capacidad de razonar, la formación profesional, informática o técnica, el trabajo en equipo, pero también la formación en valores, el sentido ético, la empatía, la imaginación, la creatividad y la iniciativa personal, y veremos aumentar la capacidad de decisión e independencia económica, a la par que la profundidad humana.
Y aunque los políticos no estuvieran a la altura de ese reto, ojalá cada ser humano aprenda a modelar con el barro del pasado la figura de su porvenir, individual y colectivo. Porque el mundo es también nuestra propia responsabilidad.

 

La pandemia

Publicado el 22 de julio de 2020, tras la primera ola de la pandemia del COVID-19, en el facebook personal de Ramón Sanchis Ferrándiz.

Esta pandemia del Covid-19, provocada por el nuevo virus Sars-Cov-2, no es la primera que sucede. Las más letales han sido la viruela, que se cobró hasta 300 millones de muertes, el sarampión con 200 millones, la gripe española de 1918-19, la peste negra de 1588-1600, las oleadas del cólera y el virus del Sida desde 1980. Junto a ellas han habido otras de menor importancia, tales como la gripe asiática de 1957, la gripe de Hong-Kong de 1968, la gripe porcina de 2009-10 y el virus Ébola de 2014-16.
En la actualidad estas enfermedades se trasmiten con gran rapidez, debido a la globalización y sus poderosos medios de comunicación. En cambio, el desarrollo de las vacunas suele detener su expansión con rapidez.
Pero a la luz de los datos científicos, puede decirse que hay algo habitual en esas pandemias víricas: por una parte, todas se controlan con higiene personal, desinfectantes, cuarentenas y el distanciamiento de otras personas; por contra, todas ellas se repiten en el tiempo, dando lugar a expansiones sucesivas. Es decir, estas epidemias suelen tener tres oleadas de similar intensidad. Cada una de ellas se representa por una curva en la que se dibuja el crecimiento con el paso del tiempo del número de infectados y fallecidos. Esta curva en forma de campana crece muy rápido al inicio, luego va aplanándose hasta que al final desciende.
A veces, estas nuevas infecciones son de menor intensidad, pero los datos de epidemias pasadas indican que la segunda y tercera oleada presentan picos de similar virulencia. Por ese motivo, desde hace unos meses se advierte que la pandemia podría retornar con la entrada del otoño. Los datos de rebrotes en España, más de 200 a 21 de agosto, parecen seguir esta senda. No obstante, pocos se imaginan viviendo una segunda cuarentena que abarque otros 100 días. La parálisis de la economía podría ser letal y, sin embargo, vivimos inmersos en un exceso de optimismo, lastrados por nuestra inconsciencia, como si ya estuviéramos a salvo.
Tan solo una vacuna podría aliviar o vencer este mal. Pero se sabe que la vacuna de Oxford, la que se encuentra en fase más avanzada, no estará disponible en el mercado antes de la primavera de 2021.
A nivel mundial la pandemia crece de modo exponencial, imperceptible, sigilosa e imparable. A mitad de junio, había 9 millones de contagiados y cada quincena se contabilizaba 1 millón más. Ahora, ya hemos rebasado los 14 millones y cada 3 o 4 días aumenta 1 millón más. Dentro de unos meses, las fronteras de los países no podrán detener la expansión de la pandemia. ¿Estamos preparados psicológicamente? ¿Estamos realmente alerta para aplicar los medios sanitarios que nos recomiendan? ¿Podemos dejar de abrazarnos durante algunos meses y renunciar a nuestras terrazas de bar?
Buena parte depende de nuestra actitud, aunque también dependemos de cómo se actúe en otros países. ¿Por qué no se han reunido todavía los grandes «líderes» (¿?) mundiales para compartir ideas?
Los partidarios del «buenismo» dirán que todo irá bien, aunque los datos y las gráficas lo contradigan. Los dirigentes que negaban la realidad del virus son quienes han visto sufrir más a sus países.
Pero siempre se dice que nunca es bueno alarmar a la gente, ni contarles la verdad. ¡Pobre gente!, piensan algunos, ¡hay que ir llevándolos de la mano y dándoles de comer con la cuchara! Pero quizá, si hubieran visto más de cerca la realidad del combate diario en los hospitales y el desfile de cajas hacia los cementerios, la gente se responsabilizaría ahora un poco más. No siempre es una buena solución mantener a los ciudadanos en el limbo de los justos, ajenos a la realidad. Las enfermedades no se curan dándole a beber a la gente un líquido blanco e indefinido que solo actúa en el cuerpo como placebo. Porque los sanitarios lucharon protegidos con sus plásticos y bolsas de basura contra una enfermedad real. Ellos sí la han visto: ¡el virus existe! ¡No lo ningunees! A menos que quieras que él te multiplique por cero, a ti y a tus familiares.
Ahora ya no harán falta aplausos de esos que se olvidan enseguida. Necesitamos una segunda toma de conciencia y seguramente una tercera en el futuro. Tal como se decía en «La historia interminable» de Michael Ende: ¡la Nada avanza!

 

El miedo ante la pandemia

Hay gente que siempre necesita estar rodeada de gente, de bullicio, ruido y superficialidad; en cambio, hay personas que, rodeadas o no de gente, tan solo necesitan sentir viva su propia conciencia e identidad.
La gente que teme la soledad, que atesora compañías como si fueran pertenencias, aquellos que necesitan de la juerga continua porque no tienen un lugar interior en donde refugiarse, son presa fácil del coronavirus: así, hablan con horror de la pandemia, temen cruzarse con alguien en la escalera o infectarse con la sonrisa del frutero, evitan ir a la peluquería o a una cafetería para no exponerse, asaltan el supermercado por si acaso, cambian a menudo de humor, tienen altibajos espantosos, necesitan llorarle a alguien sus dramas, y en cambio, desconocen que sus propios miedos reducen sus defensas frente a la enfermedad y les hacen más propensos a ella.
Quién más la teme, quien más habla de ella, quien más pre-ocupado está por el virus, pronto cae en sus garras, dado que, aún sin caer enfermo, ya está atrapado psicológicamente. Sin embargo, quien atesora vivencias humanas, no se siente afectado por la reclusión de la cuarentena, pues necesita poco para sentirse realizado y feliz. Con un buen libro, buena música o una sana conversación con los suyos de cuando en cuando, se mantiene feliz.
Claro está que las actitudes positivas ante la vida no se aprenden ni improvisan en pocos días, pues fortalecernos por dentro no es fácil: sobrellevar con buen ánimo lo que nos depara la vida y poner ante el mal tiempo buena cara; analizar a diario nuestras propias reacciones, pensamientos y emociones; distinguir entre aquellas cosas que dependen de nosotros de las que no y preocuparse tan sólo de lo que podemos hacer; aportar siempre algo positivo a los demás, guardando adentro nuestras miserias, no es algo que cae del aire. Al fin y al cabo, quienes tienen bien claros sus fines y prioridades en la vida, tal como los médicos y sanitarios, afrontan cualquier contrariedad con altura de miras, y si viniera la muerte, la mirarían de frente, de igual a igual.

 

Teoría de las ventanas rotas

Teoría de las Ventanas rotas
Si dejas un coche abandonado en una barrio pobre, alejado del paso de la gente y con poca iluminación, es obvio que en pocas horas le quitarán la antena, los espejos retrovisores, las llantas, ruedas y todo aquello que sea aprovechable. En cambio, si ese coche es abandonado en un barrio residencial de clase alta, ese deterioro no suele producirse. Obviamente, la pobreza induce a las personas a buscar una salida a su situación de subsistencia.
Sin embargo, según «La Teoría de las Ventanas Rotas» desarrollada en 1969 por Philip Zimbardo, un psicólogo de la Universidad de Stanford, si a ese coche abandonado en el barrio residencial le rompemos una ventana, en unos días alguien romperá otras, robará las llantas o los limpiacristales. Por tanto, esa actitud no guarda relación con el nivel de pobreza.
Es decir, más allá de la situación económica de la gente, si algo muestra un desperfecto que no se repara enseguida, transmite una sensación de abandono y dejadez que impulsa a la gente a dañar ese objeto. Es algo propio de nuestra psicología social.
Lo vemos a diario en las comunidades de vecinos, en el trabajo y la propia casa, en el metro y en las bolsas marginales de cualquier ciudad.
Los primeros graffitis de las fachadas, si no se borran, llaman a otros grafiteros; los primeros signos de desprecio y violencia en las palabras, si no se corrigen, llaman a los puños cerrados; las bombillas fundidas, las humedades y desconchones de las paredes, si no se reparan, pronto se instalarán en nuestra mirada y en nuestras emociones. Es en los pequeños detalles cotidianos en donde se aprecia la actitud profunda del alma. Así, todo paso, por pequeño que sea, cuando se desvía del camino recto nos saca del sendero.
En muchos casos, la pandemia habrá logrado que mucha gente no se vista a diario, ni se afeite o maquille, y ello, unido a la laxitud psicológica, poco a poco, les lleva a una dejadez peligrosa que tan solo apunta hacia el deterioro personal. En un ambiente de incertidumbre frente al futuro, en donde a diario se nos bombardea con mil noticias alarmantes, si uno se deja llevar por los bulos o el temor al futuro, pronto se convertirá en una persona frágil e insegura, apresada por un miedo visceral o el pánico paralizante.
Es preciso evitar los primeros signos de deterioro físico y moral, recuperando las actitudes y la fortaleza interior. ¿Pero qué hacer si nadie nos enseñó que había un mundo interior? ¿Cómo reconstruirnos, si nadie nos enseñó a conocer nuestro valores y defectos? A decir verdad, si no tenemos cada día un breve instante para pensar, para leer un libro, para conversar con las personas que queremos; si no aprendemos a fortalecernos por dentro, a valorar lo que la vida nos entrega y a restaurar todos los desperfectos que observemos, pronto, por esa ventana rota entrará una error mayor que acaso no podamos vencer.
A la sociedad no siempre le interesa que aprendamos a pensar por nosotros mismos; basta con ser buenos trabajadores que no se salgan de lo que se espera de ellos, del carril trazado. Y tampoco se trata de hacer ahora una revolución social, sino una re-evolución humana silenciosa e imparable. ¿Por qué le damos tanta importancia a enseñanzas mecánicas y tan poca cabida a la psicología, la ética, o la filosofía, esa madre que abarca a todas las demás ciencias?

 

Mirando hacia el futuro

Publicado: el 01 de mayo de 2020.  Enlace: https://www.facebook.com/ramon.sanchisferrandiz
Ojo por ojo… y el mundo acabará ciego.
Fomentar el odio de clases mantiene siempre abiertas las heridas. No te extrañes pues si no cicatrizan.
Las sociedades siempre se encuentran, como un funambulista, cruzando el abismo sobre un delgado cable, en la eterna duda de elegir entre el pasado y el futuro.
Un instante de duda puede ser peligroso.
Siempre es más fácil mirar hacia el pasado y regodearse en sus defectos que construir un futuro, porque el pasado es una foto fija que siempre podremos analizar, en cambio, el futuro es un pez inquieto que se escurre de las manos.
Lo difícil es sembrar nuevas iniciativas y conductas que estén libres del odio. Porque solo quienes saben desembarazarse del odio pueden construir un nuevo horizonte. Nos conviene recordar los hechos, extraer la experiencia de lo ocurrido para no repetir errores; recordarla si, pero no rumiarla, ni lamernos nuestras heridas, porque debemos levantar el ancla y seguir navegando.
Fomentemos el desarrollo personal y la formación humana, para impulsar una sana convivencia, basada en el respeto y la comprensión, que pueda estar más allá de la condición social, de las diferencias de sexo, raza o color.
Fomentemos la capacidad de razonar, la formación profesional, informática o técnica, el trabajo en equipo, la eficacia, pero también la formación en valores, el sentido ético, la empatía, la imaginación, la creatividad y la iniciativa personal, y veremos aumentar la capacidad de decisión e independencia económica, a la par que la profundidad humana.
Y aunque los políticos no estuvieran a la altura de ese reto, ojalá cada ser humano aprenda a modelar con el barro del pasado la figura de su porvenir, individual y colectivo. Porque el mundo es también nuestra propia responsabilidad.

Pensamientos (2)

15. Vivir es fácil; tan solo hay que empujar los días. Estar despierto es lo realmente difícil; requiere tomar conciencia de lo vivido.
14. La atención es una forma de vigilancia hacia afuera; la concentración es la capacidad de atención sobre lo que ocurre en nuestro interior.
13. La fantasía despliega las alas de nuestra psique, sin saber adonde irá. La imaginación conduce su aleteo con mano firme.
12. Leemos para descubrir la vida vista por otros ojos, a fin de contrastar nuestras opiniones baldías y llenarnos de conocimientos.
11. A menudo descubro que ese cúmulo de casualidades que conforman la causalidad van llevándome en una dirección que he elegido mucho antes.
10. La literatura es un arma cargada de futuro: con ella se despiertan conciencias, se alimentan ideales y se aviva el alma.
9.Los idealistas son la argamasa con que se construyen los sueños de la humanidad… Sus pasos decididos rebasan todas las utopías.
8. Quien da aquello que le sobra no da con el corazón sino con la razón; verdadera renuncia es aventurarse a dar aquello que nos es necesario.
7. El silencio no necesita hablar pero los hombres precisan sus palabras; el viento no necesita aullar, pero los árboles adoran sus canciones.

Madrid, la ciudad del silencio

Madrid, la ciudad del silencio.
Me siento de Madrid, porque vivo aquí desde hace muchos años; porque nadie me preguntó nunca de dónde provenía y a nadie le importó nunca qué hice en el pasado, sino cuáles eran mis inquietudes, mis sueños y mi futuro. Me siento de Madrid, porque nadie quiso nunca encasillarme en palabras, ni catalogarme en base a mis circunstancias, sino por lo que quería hacer, por mi capacidad para afrontar el día a día y de construirme un porvenir.
Me gusta Madrid porque es una ciudad activa y fabril; una ciudad abnegada que siempre persigue nuevos retos, acaso un tanto elitista y exigente, pero capaz de valorar cualquier esfuerzo. Me gusta Madrid porque es la ciudad de las oportunidades, aunque nunca se mire el ombligo envaneciéndose de sus logros.
Me gusta Madrid porque huele a barrio; no es la ciudad de las grandes carreteras que agobian, sino la ciudad que acoge, que siente y respira; una ciudad en donde la gente se conoce, se saluda con afecto y te ofrece ayuda. Me gusta Madrid porque la gente es franca, abierta, humana, hospitalaria y cosmopolita. No en vano dicen que es la ciudad donde nadie se siente extranjero.
Me gusta Madrid porque he ido aprendido a querer con los años cada rincón de esta ciudad, sus parques, sus terrazas y bulevares, su bullicio y alegría, la belleza de sus calles y edificios. Es la ciudad del teatro y los espectáculos que se prolongan en tertulias privadas hasta bien entrada la noche. Dicen también que es la ciudad que nunca duerme, y no va muy desencaminado este eslogan, porque siempre hay quien ríe feliz en la calle, sean las cuatro o las seis de la mañana. Cierto es, que el poco sueño está asegurado, pero es una ciudad tranquila e iluminada, en la que se puede caminar por las calles a cualquier hora del día o de la noche.  
Pero sobre todo, me siento de Madrid porque viví los atentados del 11M. Ese día en que se detuvo el tiempo y se instaló en nuestra mente el silencio. Ese día en que se trenzaron en nuestras venas el amargo dolor y el silencio.
Compartí los rostros de incredulidad al recibir la noticia esa mañana, cuando viajábamos en el metro hacia nuestros puestos de trabajo. Me enfurecí con la crueldad de las imágenes. Sentí el terror de los afectados, de sus amigos y parientes, el miedo de quienes no encontraban respuestas cuando pedían información, y admiré, cómo no hacerlo, el afán por ayudar a las víctimas de toda una ciudad. Pero nada me impresionó tanto como el silencio en que se sumió la ciudad durante los 3 o 4 días. La gente andaba por las calles, en los autobuses y en el metro, en silencio. Nadie hablaba con los demás; nadie quería ni podía expresar ningún tipo de emoción o sentimiento, ni siquiera para sentir odio. Estábamos tristes, apenados; y a nadie le apetecía para nada vivir.
Todos los madrileños asumieron como propio el daño causado a sus convecinos. Todos se sentían afectados. Para qué hablar o reír, para qué llorar o sufrir, si otros ya lo hacían más y mejor que nosotros. Todos estaban tocados, aunque no hundidos. Todos demostraron su entereza; y la vida no se detuvo: la ciudad siguió caminando, aunque lo hiciera en silencio. Un silencio respetuoso que pesaba como una losa; un silencio callado pero fértil que expresaba amor y comprensión.
Han pasado ya quince años y aún siento ese silencio, esa sensación callada de una ciudad que siempre acoge, que respeta y acompaña, en lo bueno y en lo malo. Una ciudad que calla, pero no otorga.

La visión antropológica de Satin Island, de Tom MacCarthy.

La visión antropológica de Satin Island, de Tom MacCarthy.

El presente libro de Tom MacCarthy desconcierta a la mayoría de lectores porque es novela y ensayo a la vez. Para unos, es un libro de culto plagado de enigmas y simbolismos que descifrar, para otros es un libro aburrido y difícil de leer. En realidad, Satin Island, presenta muchas facetas y admite variadas lecturas… pero nos centraremos aquí en la visión que ofrece de la Antropología actual y, en consecuencia, en la interpretación que realiza del mundo en que vivimos.
El personaje principal, U., es un antropólogo contratado por una empresa, La Compañía, para realizar un Gran Informe que defina la realidad de nuestra época. Dicha empresa asesora a sus clientes ayudándoles a definir sus agendas, políticas de venta, estrategias de marketing, ideas y proyectos, ya se trate de empresas, ayuntamientos, la prensa, gobiernos e instituciones. Pero U., descubre la imposibilidad de traducir a un informe la inmensa cantidad de aspectos y sucesos que va recopilando, así como la dificultad de elegir el medio más adecuado para representarlo.  
Entre otros aspectos a considerar, Satin Island nos presenta la visión actual de la Antropología, a la par que pretende ofrecer una visión global de nuestro tiempo… Pero, tal como ocurre en el Gran Informe que La Compañía le encarga, a medida que recopila miles de fotos y videos, noticias, artículos, anécdotas, avances sociales e inventos, realidades políticas con sus errores, fracasos y manipulaciones… descubre la imposibilidad de realizar una radiografía completa y exhaustiva sobre el mundo actual. En cierto modo, el autor, Tom MacCarthy, se conforma con dar unas pinceladas firmes sobre el lienzo, imitando la pintura impresionista, a fin de que, con la debida perspectiva, pueda intuirse la esquiva realidad.
La Antropología actual, nos muestra un etnógrafo que ya no precisa sumergirse en una cultura o tribu, convivir con ella durante meses para estudiar sus ritos, costumbres y mitos, porque al realizar su trabajo etnográfico de campo, el antiguo antropólogo tenía la desventaja de afectar, con su mera presencia, la naturalidad e inocencia de las reacciones de los nativos. Es decir, al igual que ocurre con las partículas del ensayo de la doble rendija de Feyman o con la paradoja del gato de Srödinger, el etnógrafo era parte del experimento, no un mero observador, sino un actor que participaba en la experiencia. En la actualidad, sabemos por dichos estudios de la física contemporánea, que el observador afecta al resultado, lo condiciona, e incluso, no podemos afirmar si el experimento ocurre en realidad o no cuando no existe un observador que lo contempla.
La realidad, nos dirá la física cuántica, no existe como entidad absoluta e inamovible, sino en función de todo lo que nos rodea y de aquellos a priori que sustentamos. Es lo que se deduce también del experimento científico de los gatos que viven en una amplia sala, lisa y sin obstáculos, cuando se introducen sillas y mesas: ellos se golpean repetidas veces contra sus patas, porque no son capaces de verlas; dado que tan solo conocen un espacio abierto, libre y bidimensional, no pueden comprender esa realidad en “tres dimensiones” mientras no tomen conciencia de ella; solo al cabo de un tiempo, tras golpearse múltiples veces contra las patas de los muebles, pueden dar como posible la tercera dimensión y finalmente concebirla.   
Quizá al hombre actual le ocurre algo semejante: sabe mirar, pero no es capaz de ver la realidad de un mundo en decadencia, porque no concibe una realidad tridimensional que otros pocos ya vislumbran. Su modo de mirar, demasiado plano, bidimensional, le impide ver el mundo con la debida profundidad, porque ha de aprender a reunir los fragmentos dispersos de nuestra realidad, aquellos que se encuentran esparcidos entre los sucesos, noticias, avances técnicos, patrones de comportamiento humano, paradigmas e ideas sociales… Cuando esos fragmentos multicolores se agrupan y consideran con cierta distancia y objetividad, puede contemplarse la realidad de nuestro mundo como en un moderno caleidoscopio. Sin esta visión descontaminada y sincrética, no puede apreciarse la verdad de nuestro mundo.
Y esta es la visión que nos ofrece Satin Island cuando habla de fragmentos dispersos de la realidad de nuestro tiempo, aparentemente desconectados y sin interés aparente. Un lector superficial se preguntará ¿dónde está la trama? ¿quiénes son los personajes reales de esta historia?… Tal vez por ello, este libro tiene una acogida dispar, pues exige una lectura atenta, profunda y analítica para ser bien comprendido.
Sin duda, Satin Island, representa una visión moderna de la Caverna de Platón, mostrando los antivalores e intereses de un sistema que atenaza y degrada al hombre: el exceso de información en los medios que lo aleja de una verdadera formación, la manipulación interesada de las corrientes de opinión, los manejos sociopolíticos, el estudio de sus patrones de conducta y de consumo para ofrecerle nuevos productos e ideas enlatadas, la moderna arquitectura de redes que todo lo detecta, aglutina y reconduce. Un mundo que ha de convivir con los vertidos de petróleo provocados por intereses comerciales, los coches bomba en los mercados, las manifestaciones ante polémicos acuerdos del G8, las hambrunas y migraciones, el fanatismo religiosos, la superpoblación, los atascos en las grandes ciudades, las actividades nocturnas de dudosa legalidad, los extraños asesinatos de paracaidistas y tantas otras cuestiones, aparentemente deslavazadas e inconexas, que U., el etnógrafo cultural, observa y analiza. En este sentido, U. , haciendo suyas las palabras del famoso antropólogo Lèvy-Satraus, afirma que “todos los aspectos que se estudian y recogen de las diversas culturas son como partes correlacionadas de sistemas mayores ocultos no solo tras una sola tribu sino tras la tribu común de la humanidad”.
El personaje principal de Satin Island, llega a decir que «aunque mi supuesta tarea, mi función “oficial”, como etnógrafo empresarial, era obtener significado de todo tipo de situaciones (…) en ocasiones, mi labor era dar significado al mundo, no cogerlo de este (…) Desempeñar, una variedad de tareas encubiertas que pasan desapercibidas para la mayoría de la población, pero de las cuales depende el bienestar, incluso la supervivencia».
En la antropología clásica, dirá U., «hay una rígida distinción entre el “campo” de estudio y tu “medio natural”», sin embargo, tal distinción no se da en la antropología del presente. El antropólogo actual no es un etnógrafo que hace el trabajo de campo en una isla remota: él comparte la vida con sus propios “informantes”, pues todo su entorno es su campo de estudio. Lo cual exige, descubrir los lazos invisibles que unen a las personas de diversos lugares, las ideas culturales y contraculturales que mueven sus hilos de pensamiento, las líneas de desarrollo y expansión de las grandes empresas, sus soterrados proyectos e intenciones…  
¿Para qué? ¿Qué pretende la Compañía con ello? Quién sabe, todo es susceptible de ser utilizado para crear esa gran telaraña en la que se enreda el hombre, esa red que tejen las grandes multinacionales a las que el etnógrafo sirve, de modo que, «pese a su gran escala gigantesca» resulten «invisibles para la población en general». Para los antropólogos, afirmará U., «hasta lo exótico no es exótico». Todo lo extraño forma parte de nuestra realidad, pues aquellas manifestaciones humanas que parecen diferentes, tarde o temprano descubren su esencia común, pues encaja en unos pocos patrones y paradigmas actuales.
La Compañía, busca aquello que preocupa e interesa a todas las personas… aquello que aúna a los hombres para crearles necesidades, venderles productos e ideas, a fin de conocerlos, o más bien manipularlos. Por ello, el antropólogo U., se adhiere al principio a ese proyecto, aunque más adelante, descubre que es malévolo y perverso, porque hay una única visión a la que apunta: lograr que todos los seres vean tan sol aquello que se les muestra, al igual que aquellos esclavos que en la caverna de Platón se hallan forzados a ver las imágenes distorsionadas que se les muestran en la caverna, haciéndoles creer que son realidades.
Pero lo que antaño era ciencia ficción pronto se convierte en actualidad… Tal vez por ello, U., nos recuerda la visión que sustentaba el antropólogo Lèvy-Strauss: «al estudiar una cultura siempre se tiene la sensación de llegar “demasiado tarde”, porque el mundo que va descubriendo ya le parece decadente si lo compara con una etapa o época anterior». La Compañía tiene como emblema la Torre de Babel, símbolo bíblico de la arrogancia del hombre que pretendía alcanzar a Dios, motivo por el cual la humanidad fue castigada con la dispersión. Aquella dispersión dio lugar a la diversidad de lenguas y criterios, al olvido de sus costumbres y conocimientos… Por ello, el antropólogo actual, ante ese caos de vida, de costumbres e ideas, busca aquello que subyace en todas las culturas y seres humanos, aquello que le permita entender a las personas de esa cultura global que agrupa a casi todos los seres de este planeta. Ya no se dedica como antaño a recopilar objetos, herramientas y utensilios, arpones y acederas, sino a recuperar esas claves perdidas que le permitan entender el mundo y la realidad oculta de esa gran tribu que llamamos “humanidad”, ya sea utilizado para bien o para mal, según la ética de quien lo realiza.                                                                          Ramón Sanchis Ferrándiz (Raysan)

 Satin Island. Tom MacCarthy. Editorial Pálido Fuego, S.L. Málaga; 2016.

Tom MacCarthy, (1969, Londres) es conocido en el mundo artístico por los informes, manifiestos e intervenciones mediáticas. Hasta el momento ha publicado las novelas ResiduosHombres en el espacioC y Satin Island. En 2006 publicó además el ensayo Tintín y el secreto de la literatura y, en 2017, el libro de ensayos literarios Typewriters, Bombs, Jellyfish. Ha sido dos veces finalista del Man Booker Prize, y en 2013 recibió el primer Windham-Campbell Literature Prize de la Universidad de Yale.

Gobernar a otros no es un juego.

Algunos gobernantes quieren seguir siéndolo a pesar de que mantenerse en el poder acarrea muertes. En conciencia, no vale la pena dejar muertos tras el propio camino, porque la justicia puede reclamártelo en cualquier momento, y en todo caso, el karma o la justicia divina, tarde o temprano, te lo cobrarán. Y si no, al tiempo.
Hace ya unos quince años tuve que viajar varias veces a Venezuela por motivos laborales. Ya había manifestaciones, tiros y algunos muertos. No se podía salir a la calle a partir de las 9 noche; era un toque de queda tácito. Nos llevaban a otras provincias a ver obras e infraestructuras en helicóptero, porque en las carreteras había pillajes e inseguridad. La puerta del hotel era protegida, a todas horas, por un soldado cargado hasta los dientes con armas automáticas y sus cargadores llenos de balas. Se trataba de proteger al turista, si es que había muchos… pero ¿quien defiende a cada venezolano que no puede poner un soldado en su puerta? Y aunque quien gobierna tuviera la razón, ¿vale la pena enrocarse en posturas que siembran de muertos las calles? 
Cuando hay revueltas lo lógico es frenarlas, pacificarlas… Sin embargo, cuando esas insurrecciones son contra las actuaciones del gobernante, antes que matarlos a todos es mejor irse y dejar paso a nuevas votaciones. Perpetuarse en el poder, cambiar constituciones para que nos dejen hacer cualquier cosa no son buenos compañeros de ruta.
Tal vez gobernar parezca fácil. Basta con que te voten. Pero lo difícil es saber gobernar a otros con ecuanimidad, con rectitud y sentido de la justicia. Lo que sí sabemos es que gobernarse a sí mismo es más difícil que gobernar a otros, aunque algunos crean que gobernar a otros sea tan fácil como conducir un autobús.
Ramón Sanchis Ferrándiz.